La niña, el escritor... y el gato
(por José
Roberto Saravia)
Prógolo
Don
Javier Víquez se incorporó de su asiento al escuchar la voz de
Anita, que lo llamaba con impaciencia. Cuando el hombre, adentrado en
sus cincuentas y escritor de profesión, se encerraba en su estudio,
absolutamente nada podía hacerlo salir. Nada, excepto la niña de
cinco años.
“¿Qué sucede, hija?, preguntó curioso.
“Allí, allí. En el jardín. Vi una sombra negra.”,
exclamó la niña mientras con su infantil voz prolongaba las últimas
palabras, tal vez en un intento subconsciente y vano por ocultar un
interés particular. Era justamente el mismo tono que ella empleaba
cuando deseaba que su tío le leyese un cuento, jugase con ella, o le
comprase un caramelo, pero no se atrevía a decírselo directamente.
El escritor conocía ya ese tono a la perfección aunque la niña
apenas cumpliría una semana a su cuidado.
“En serio”, agregó ella con sus grandes ojos abiertos y su
boca cómicamente redondeada mientras el sonido de la “o” se
extendía. El escritor sonrió. Indudablemente, la pequeña quería
lo que fuese que se escondiera tras la tétrica imagen de la sombra
negra en el jardín. El hombre salió exagerando un caminar sigiloso
y se dirigió al sitio que apuntaba el regordete dedo índice de la
niña. Se inclinó, recogió un bulto negro y regresó caminando
cuidadosamente esta vez.
“Es solamente un gato negro”, le anunció mientras depositaba
al felino en el suelo. “¡Un gato negro! ¡Un gato negro!”,
repitió ella aunque evidentemente sabía de lo que se trataba antes
de llamar a su tío. El hombre aborrecía las mascotas, en especial
los gatos. Tal vez era superstición, pero no le agradaba el brillo
de sus ojos ni su mirada fija, penetrante e insondable. Sin embargo,
al notar el interés de su joven sobrina, le proporcionó al animal
un poco de alimento y leche, de los cuales éste dio cuenta en un
instante.
“¡Miauu, Miauuu!”, imitaba ella al felino y se entretenía en
darle más alimento. Don Javier se aseguró de que el animal no
arañase o mordiese a la niña, ya que no se trataba de un cachorro.
Sabía lo que vendría a continuación: Anita fijaría sus grandes
ojos en su persona y tímidamente sugeriría lo triste que el gato
podía sentirse sin hogar. Tal vez incluso sería más osada y
agregaría una frase como “Tío, los gatos negros necesitan los
cuidados de las niñas, ¿verdad?”
Algo así sucedió. Sin saber por qué y a expensas de sus propios
deseos o comodidad, el escritor cedió a la indirecta petición de la
pequeña y le permitió conservar al animal siempre y cuando ella
prometiese cuidarlo bien y además le diese un nombre bonito. “¡Como
si un animal… en especial un gato negro, pudiese tener un nombre
bonito!”, se burló mentalmente al entrar de nuevo en su estudio.
La niña entró un minuto después, y sin expresar palabra alguna,
rodeó al adulto con sus cortos bracitos y lo besó. El señor Víquez
se sintió el hombre más dichoso de todo el mundo.
“¿Qué es eso?” preguntó ella mientras sus ojos miraban la
pantalla donde el procesador de textos aún retenía el trabajo
recién iniciado del escritor.
“Ah, estoy escribiendo un cuento, como los que te leo. Pero estos
no tienen dibujos”, le respondió él.
“¿Y qué dice ahí?”, inquirió Anita mientras señalaba una
palabra solitaria y más negra que el resto, justo entre el título y
el inicio de la historia.
“Ahí dice “prólogo”. Es algo así como decir antes de
empezar”, respondió, ignorando si su definición sería lo
suficientemente clara para la mente de su sobrinita.
“¡Prógolo, prógolo!”, repitió ella con una sonrisa
mientras sus manos diminutas palmoteaban alegremente. “¡Ahí dice
prógolo y mi gato se llama también Prógolo!”
En vano trató él de corregir el error. La niña ya había llamado
al gato Prógolo y así se llamaría.
*********
La vida de Don Javier Víquez siempre había sido una vida
solitaria. De carácter introvertido y dado a profundas reflexiones,
había encontrado en los libros mejores amigos que en los seres
vivos. Jamás había cuidado de una mascota y nunca había mostrado
interés en ellas. Tampoco había formado una familia. Era un lobo
solitario que se contentaba en el silencio de su estudio con la
lectura de sus autores favoritos y la escritura de sus propias
historias, en las que criticaba el status quo de la política
y la sociedad. Su prosa era vigorosa y su verso era vehemente. Había
sufrido hambres implacables y angustiosas necesidades al inicio de su
carrera, pero poco a poco sus escritos fueron produciendo lo
suficiente para subsistir. Gracias a ello y a su costumbre de
ahorrar, su situación económica era ahora holgada, si bien su
nombre no aparecía en las listas de autores millonarios. Él no lo
sabía, pero estaba a punto de escribir una novela que, junto con sus
obras posteriores, lo convertiría en un autor de renombre por los
próximos veinticuatro años hasta el día de su muerte.
Su vida en la actualidad, gracias a la pequeña Anita, había
variado de El Coronel no tiene quien le escriba a una historia
que guardaría mayor similitud con el cuento de Heidi. Sin
embargo, el seudónimo de El Coronel lo acompañaría hasta el final
de su carrera y de su vida.
La niña había sido llevada a él luego de que un accidente
automovilístico hubiese causado la muerte de la familia de la
pequeña. Al ser él el familiar más próximo y encontrarse en una
posición económica estable, algunos parientes le habían pedido que
se hiciese cargo de ella. Por supuesto que él, conociendo sus
limitaciones para funcionar en sociedad, había juzgado tal idea como
una cuestión absurda, pero ante la negativa de otros parientes de
aceptar a la niña, terminó por hacerse cargo él.
Los dos primeros días, el hombre sintió la sombra de la duda
posarse sobre sí cual ave de rapiña. ¿Cómo podría cuidar de
Anita? ¿Apenas podía con los adultos y se enfrentaría con una
pequeña prácticamente en el ocaso de sus días? ¿Cómo la
educaría? ¿Podría él evitar convertirla en un miembro más de su
solitaria especie? Sin embargo, al igual que con la historia de
Heidi, quien empezó a cambiar fue él y no la pequeña.
Aunque su amor por los libros y la soledad continuaban, el corazón
del escritor fue
abriéndose poco a poco hacia los demás. La pequeña Anita, con tan
sólo cinco años, le enseñaría al viejo Coronel no sólo a mirar
la vida de otra manera, sino también a disfrutarla.
Prógolo, el gato negro y guardaespaldas de Anita, adoptado tan
sólo una semana después de la llegada de ésta, enseñaría por su
parte un sinfín de lecciones a ambos. Aparte de la compasión que
aprendieron al traerlo a casa, una de las más grandes lecciones que
el felino enseñó a los dos fue el respeto. Prógolo era un gato
bueno y cariñoso, pero no era juguete de nadie. El animal poseía el
carácter más explosivo que el señor Víquez había visto en una
mascota. El gato, negro como la noche, constituía lo que todos
podrían llamar sin error alguno un completo cascarrabias. No había
forma de que
el felino hiciese lo que su félida gana no quería. Si alguien
trataba de levantarlo, moverlo, o alejarlo cuando a él no se le
antojaba, Prógolo emitía un característico bufido de advertencia.
Si los humanos continuaban, sus orejas se retraían, sus pupilas se
dilataban y su bufido se escuchaba con mucha más fuerza. De
continuar la molestia, el gato atacaba, ya fuera con un certero
zarpazo o mordiendo, pero jamás usaba demasiada fuerza. De hecho, en
la mayoría de las ocasiones lanzaba el zarpazo con las uñas
retraídas. Muy raras veces Anita o Don Javier experimentaron el
dolor que sus terriblemente
afiladas garras podían producir.
La tolerancia fue otro valor que ambos adquirieron de Prógolo, tan
singular como su nombre. Ambos tuvieron que acostumbrarse a que el
gato jamás sería suyo. El felino, a pesar de haber sido castrado,
nunca pernoctó en la casa. Dormía en una cajita de cartón que le
prepararon frente a la puerta. Todos los intentos por convencerlo de
dormir dentro de la casa constituyeron fracasos rotundos, firmados
con el característico bufido del felino si no le permitían salir a
acomodarse en su caja frente a la puerta. Durante el día, Prógolo
se dedicaba a visitar las casas vecinas, donde algunas personas le
daban alimento. Cuando Don Javier Víquez divisaba al gato en la
lejanía andando de casa en casa y notaba a alguna que otra vecina
quien con una sonrisa le proporcionaba algo de comida al animal, se
preguntaba si el felino no era en realidad la reencarnación de algún
monje budista tailandés. “Tal vez por cascarrabias lo condenaron a
reencarnar en un gato”, se decía a veces.
Un día, cuando el escritor volvía de una visita a su casa
editorial, descubrió algo horrible. En una cuneta, justo en la
esquina de la calle para llegar a su casa, se encontraba el cuerpo
sin vida de Prógolo. Los ojos del animal estaban abiertos
desmesuradamente y su pelaje, antes negro y brillante, se veía opaco
y desordenado. La boca del animal estaba cubierta de espuma.
Con un dolor intenso en su corazón, el escritor desvió su mirada.
Él había temido que ese día llegase desde el momento en que supo
que el gato no se quedaría a vivir con ellos. Sabía que en el
vecindario habitaban personas que al igual que él aborrecían a los
animales, pero a diferencia suya, los envenenaban cruelmente.
Sin decir palabra, fue a su casa por una bolsa y periódicos, tomó
el cuerpo y lo envolvió. Luego lo llevó a su hogar y lo enterró en
el patio apresuradamente. Por fortuna, Anita se encontraba jugando en
casa de Doña Mercedes, la vecina de al lado, con la hija de ésta.
Esa fue la última lección que Prógolo enseñó al escritor: el
debate moral entre la mentira y la verdad aunado a la duda de si se
está siendo altruista o egoísta. Aunque Anita ya conocía la muerte
por lo ocurrido a sus padres, Don Javier juzgó más benigno ocultar
a la niña la verdad. ¿O lo hacía por sí mismo? No hubiera
resistido la reacción de la pequeña si ella hubiese sabido sobre el
fin del testarudo gato o peor aún, si hubiese visto su cuerpo
muerto. Ya fuera por ella o por sí mismo, el hombre prefirió callar.
Cuando la niña regresó y preguntó por el gato los días
siguientes, el Coronel respondía con rodeos y un horrible nudo en su
estómago.
Los años pasaron y Anita creció. Tuvo otras mascotas, otras
amigas… se interesó por los chicos. El viejo escritor fue incluso
capaz de lidiar con sus tabúes cuando llegó el día en que ella
experimentó su primera menstruación. Un día Anita anunció que
había obtenido una beca y tenía la oportunidad de marcharse al
extranjero a estudiar. Con los ojos nublados por el orgullo y la voz
quebrada por la emoción, el ya viejo y cansado escritor la animó a
cumplir su sueño. Aprendió que la felicidad más grande puede
sentirse terriblemente triste a veces.
**********************
Epígolo
El Coronel, ya entrado en años y con su cuerpo doblado por la
vejez, escribía el final de una de sus exitosas novelas una noche
lluviosa. Escuchó un ruido afuera y al salir descubrió un pequeño
gato a su puerta: era tan sólo una bolita negra de pelos que cabría
en la palma de la mano. Tomó al gatito en su mano y lo llevó a su
estudio, donde le proporcionó algo de leche. Anita y su esposo lo
habían visitado desde el extranjero hacía una semana… y ahora un
gato estaba allí.
“Si Anita estuviera aquí, ¿cómo te llamaría?”, le preguntó
al animalito mientras éste daba lengüetazos ávidos a la leche. El
viejo miró al monitor, donde destacaba una palabra casi al final de
su novela. “Sí. De seguro así te llamaría”, dijo con una
amplia sonrisa a su pequeño y nuevo amigo.
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"La niña, el escritor... y el gato" es el sétimo cuento que escribí. Lo terminé en febrero de 2010 y se publicó por primera vez en la Revista de Lenguas Modernas, de la Universidad de Costa Rica, en el volumen 18 (2013).
Este cuento también forma parte de mi primer libro, Segmentos en la vida de un monstruo y otras historias fantásticas (2014). Para saber más de dicho libro, puede visitar este enlace, y si desea leer otros de mis cuentos, puede acceder a este otro enlace.
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"La niña, el escritor... y el gato" es el sétimo cuento que escribí. Lo terminé en febrero de 2010 y se publicó por primera vez en la Revista de Lenguas Modernas, de la Universidad de Costa Rica, en el volumen 18 (2013).
Este cuento también forma parte de mi primer libro, Segmentos en la vida de un monstruo y otras historias fantásticas (2014). Para saber más de dicho libro, puede visitar este enlace, y si desea leer otros de mis cuentos, puede acceder a este otro enlace.
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