Muchas personas se quejan de que las generaciones más jóvenes no leen, pero no hacen nada al respecto. Otras personas luchan por fomentar el hábito de la lectura desde el campo pragmático, tal vez echando mano de recursos cuya relación con los libros puede ser hasta distante (conciertos, obras de teatro y juegos). También hay otros que intentan motivar a los niños modernos a dejar sus aparatos electrónicos por un rato y tomar un libro utilizando el poder de la educación. Por supuesto, los autores luchan a su manera produciendo sus obras.
La asociación entre la educación, la producción literaria y la promoción de la lectura debería analizarse con más detalle, pues implica una serie de efectos que podrían más bien oponerse a la meta de fomentar la lectura en las generaciones más jóvenes. Entre ellos, es necesario observar el discurso hegemónico del canon literario, el efecto adoctrinador de la educación y la imposición de textos al público meta.
Cuando se habla de fomentar la lectura, la pregunta de rigor es: ¿La lectura de qué? Parafraseando a Harold Bloom (1995), ante la imposibilidad de promover todos los textos, ya que los críticos literarios no podemos leerlos todos, se ejerce un criterio selectivo (25). Se entiende que dicho criterio buscará restringir las obras a aquellas que los críticos consideremos de valor; las obras de inferior calidad quedarán descartadas.
La posición anterior representa el discurso hegemónico del canon literario. Un análisis más exhaustivo de la misma arroja grandes interrogantes: ¿calidad estética, de producción, o ambas? ¿Quién define el grado de calidad y bajo qué criterios? ¿Una obra con problemas de producción puede sobresalir estéticamente? ¿Estamos los críticos literarios en la posición de dictar, de forma normativa y generalizada, lo que los múltiples grupos socioculturales entienden por calidad estética? ¿No les estamos imponiendo más bien nuestro propio criterio reducido? ¿Y dónde queda el impacto de las obras en el público lector? Si una obra, independientemente de su temática o grado de excelencia en cuanto a su publicación, es capaz de producir una reacción estética en un lector, ¿no se puede acreditar como "de calidad"?
Las dudas anteriores se vuelven más urgentes cuando se toma en cuenta el poder de la educación en la trasmisión del canon literario. Si los críticos literarios tenemos acceso al aparato educativo, no solo formaremos un gusto literario a nuestra imagen y semejanza, sino que también nos aseguraremos de multiplicarlo y repetirlo. Es decir, estaremos creando copias y copias de nuestra opinión literaria. ¿Es eso lo más saludable?
Finalmente, se debe tomar en cuenta el objetivo final tras la idea de "fomento a la lectura". ¿Queremos fomentar la lectura verdaderamente o más bien estamos utilizando la promoción de la lectura como un vehículo para legitimar ciertos gustos literarios afines a nuestras agendas? O peor aún, ¿lo hacemos para promover obras literarias específicas?
Existen muchos géneros y autores. También editoriales. El fomento de la lectura debería brindarle igual acceso a todos: estamos promoviendo la lectura, no nuestra visión de la literatura. Imponerle a los jóvenes un grupo de textos (algunos desligados de su realidad) nunca ha sido el mejor método para promover la lectura. De hecho, se corre el riesgo de que ellos lleguen a odiar los libros del todo. A mí casi me lo hicieron con Don Quijote. En lugar de imponerle a la juventud textos ajenos a su contexto sociocultural, sería más productivo dejar que ellos escojan los textos de su preferencia.
¿Que los lectores corren el riesgo de quedar "atrapados" por obras de "menor calidad"? Nuevamente, mi visión de "calidad" no es la visión de la calidad universal. Del mismo modo, si lo que yo deseo es promover la lectura, me sentiré satisfecho si logro que una persona empiece a leer, especialmente si dicho individuo antes solo usaba los libros para sostener las puertas. Confío en que cuando ellos maduren como lectores, buscarán otros textos más complejos y gratificantes intelectualmente. A mí me ocurrió con Don Quijote: luego de que llegué a odiarlo en la secundaria y parte de la universidad, cuando maduré como lector lo leí de nuevo y quedé fascinado.
El fomento a la lectura no debe ser un sinónimo de fomento a mi lectura particular. Quienes deseen promover la lectura, que promuevan la lectura por igual, o que al menos sean sinceros y digan "promuevo solamente la lectura que me gusta".
Referencia:
BLOOM,
H. (1995)
El canon occidental.
Barcelona: Anagrama.
El hábito de la lectura jamás fructifica de la mano de la imposición. Es curioso que los críticos, tan ensimismados en su tarea, que es brindar su propio criterio, tienden a perder la perspectiva y acaban creyendo que su criterio es infalible. Con todo respeto, yo prefiero que un joven lea en un autobús Harry Potter o cualquier otra novela que le guste a que, a fuerza de oír que Poe es grandioso y que J.K. Rowling escribe basura comercial, acabe por dedicarse exclusivamente a revisar Facebook desde un teléfono en su viaje.
ResponderEliminar¡Claro! Además, no se puede pretender que el canon sea infalible, universal e inmutable. Muchas de las obras canónicas actualmente fueron consideradas basura en su época original. Desechar obras basándome solamente en mi criterio personal demuestra una miopía literaria enorme.
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